Ricardo Lesser (R.L) es sociólogo y Ensayista argentino, autor de una larga lista de libros dedicados a contarnos y a mostrarnos con palabras las costumbres de la vida privada de los argentinos durante el período que dio en llamar “Los orígenes de la Argentina”, (título, que por cierto pertenece a uno de sus libros).Este autor de pluma sensible y elegante tuvo la amabilidad de aceptar esta entrevista.
Lo que leerán a continuación es el resultado de un espíritu generoso que se abrió sinceramente y supo poner en cada respuesta sentidas verdades.
M.R.F
M.R.F - Ricardo, luego de algunos libros publicados eligió franquear los enigmas del cuerpo, del morir y del sentir, los que envolvieron a nuestra sociedad entre 1610 y 1810. ¿Cuándo y por qué supo que ésta era una asignatura pendiente de la historia?
R.L - Los libros tienen sus propios designios y se nos imponen, quiéralo uno o no. Allá por el 2000, quise escribir una biografía del virrey Vértiz, sólo porque había sido humillado una y otra vez por el arrogante militar que fue Cevallos. El libro terminó siendo un sondeo de Los orígenes de la Argentina. Ahí aprendí que a la Argentina hay que rastrearla en 1776, cuando se funda el Reino del Río de la Plata, porque allí es donde nace la modernidad.
Cuando me paseaba por las calles del Buenos Aires colonial descubrí que había chicos. No los tomaban muy en serio, eran piezas de la estrategia familiar de sus padres. Pero terminarían siendo algo más: los héroes de una revolución a medias. Quise ver cómo eran. El resultado fue La infancia de los próceres.
Antes de que terminara los originales, caí en la cuenta que esos chicos habían sido criados con ciertas representaciones de lo que era el cuerpo. Amaban, morían, sentían de un cierto modo que les venía dado por sus padres. Comprendí que, si uno quiere entender de verdad, qué pasó con esos héroes, hay que descifrar, si acaso eso es posible, de qué manera esos cuerpos estaban sujetos a una cultura dominante. De allí la trilogía Hacer el amor, Vivir la muerte y Celebrar los sentidos.
¿Por qué una historia del cuerpo dice más que una historia de los hechos? Moreno se enamora de Guadalupe por un retrato de la niña. Parece un detalle nimio. Pero está indicando que Moreno era un hombre moderno, alguien sensible a la retratística burguesa que recién estaba imponiéndose en estas tierras. Esa modernidad hizo de él un revolucionario.
M.R.F - ¿Que lo llevó a contar la historia como la cuenta y no cómo la leyó en la mayoría de los libros de historia, que seguramente, llegaron a sus manos en su juventud?
R.L - La historia, María, son historias. Y la historia es un relato. Félix Luna hablaba de la “crónica histórica”, un género que no cede rigor académico y que, a la vez, narra bellamente. Ojalá se diga eso de mi producción.
M.R.F - Desde su lugar de profesional, de lector y de escritor, ¿Usted siente que pertenece a otra corriente de investigadores que eligen contar, de nuestra historia, lo que hasta ahora no se nos había contado?
R.L - Cada vez hay más historiadores que se preocupan por la vida cotidiana. Pero, a mi juicio, esos trabajos son demasiado académicos, no están pensados para la divulgación.
Después están los que medran con los “chimentos” de la historia y los que prosperan componiendo pastiches de sexo y escándalo. No me siendo identificado con el academicismo de unos, ni con el conventilleo de los otros.
M.R.F - ¿A cuál de todos los denominados próceres admira con fervor?
R.L - Con fervor, a ninguno. No me identifico con ninguno de mis protagonistas. Tanto es así que escribí La última llamarada, una biografía del virrey Cevallos, sólo para ver qué sentía relatando la vida de un personaje a quienes sus contemporáneos llamaron “jesuitón” y “militarote”. Algunos amigos me dicen que éste es mi mejor libro.
M.R.F - ¿Siente usted que viajar hasta la esencia misma de las palabras, permite lograr una mayor y mejor comprensión y al mismo tiempo fijar para siempre ese concepto en la mente del lector?
R.L - Las palabras tienen una historia. Desentrañarla es apasionante porque uno le va quitando las capas de significaciones que han acumulado a lo largo de los años; las quita una a una, pero nunca quedan desnudas. En mi estudio tengo siempre a mano el diccionario etimológico de Joan Corominas.
Y le hago una confidencia: cuando escribo, siempre tengo abierto el diccionario de la Real Academia Española. Muchas veces lo consulto aun para palabras que conozco perfectamente. Pero en esa definición de diccionario la palabra, a veces, muestra otras dimensiones que el uso frecuente nos ha hecho olvidar. El diccionario, entonces, renueva esos sentidos olvidados.
M.R.F - ¿Quiénes son sus escritores musa, aquellos a quienes no puede dejar de consultar o volver leer?
R.L - Son decenas. Pero quisiera rendir homenaje a Raúl Molina, cuyo La famiia porteña en los siglos XVII y XVIII inspiró la trilogía sobre el cuerpo en el Buenos Aires colonial. Cuando Félix Luna presentó mi Hacer el amor en la Feria El Libro dijo que don Raúl se hubiera conmovido en su tumba con mi libro. En todo caso, ahí está el texto subrayado, resaltado, lleno de papelitos engomados con mis comentarios. Y eso que Raúl Molina estaba en las antípodas de mi ideología.
M.R.F - Sus libros están plagados de imágenes que no vemos, sino leemos. ¿Qué pintor de la época o posterior, según usted, es el que mejor ha sabido representar el Buenos Aires Colonial?
R.L - Es usted una fina lectora, María. En efecto, a veces no hago sino leer imágenes. Me fascinan las acuarelas de Carlos Enrique Pellegrini o, más bien, Charles Henri, ese ingeniero francés que dibujaba para ganarse la vida en los salones de la burguesía naciente. Otro artista singular fue el suizo Michel–César-Hyppolite Bâcle, que fue gobernador de Senegal y murió prácticamente en las cárceles rosistas. Son personajes maravillosos que dan ganas de escribirlos.
M.R.F - Cada uno en lo suyo siempre tiene sueños por cumplir, usted cómo escritor o como investigador ¿cuál le queda por cumplir?
R.L - Ante todo, escribir una nueva trilogía, esta vez la historia del cuerpo entre 1810 y 2010. Y, muy lejanamente, muy tímidamente, atreverme a la ficción. Dejar que la palabra diga en sí misma, que sugiera por sí misma, que se multiplique en sentidos sin necesidad de estar apoyada en una fuente, en corroboraciones de hipótesis históricas.
M.R.F - ¿El período que va de 1610 a 1810, es el que más lo apasiona o lo seduce de nuestra historia?
R.L - En el siglo XVII no pasa gran qué. Pero en el siglo XVIII uno ve los borbotones de la modernidad en un magma que se hace cada vez más denso, más rápido.
Hace algún tiempo prologué La gran aldea de Lucio Vicente López. Y también ese siglo me pareció fantástico. En 1863, un inglés escribió el River Plate Handbook, una guía de Buenos Aires. Hay que ver la ciudad con esos ojos deslumbrados: “En la esquina de la calle Corrientes encontramos el espléndido edificio del Señor Anchorena…”. El siglo XIX también seduce, cómo no.
¿Y el XX…? Como ve, María, no tengo cura.
M.R.F - Los libros que escribe trascienden ampliamente la historia en sí misma y en ellos se puede apreciar el velo de un espíritu romántico. Se definiría como un escritor romántico. De no ser así cómo se definiría.
R.L - No sé qué cosa es un escritor romántico. En todo caso, me siento un “escritor de sociedades”, como se llama a sí mismo Richard Sennet. Alguien que lee y escribe la sociedad echando mano a todo lo que tiene cerca, la historia, la sociología, la antropología, la economía y, si es necesario, también el relato porque los sentimientos también son historia.
M.R.F - ¿Qué libros, autores o géneros lo marcaron como lector en su infancia?
R.L - Lo que soy, mal o bien, se lo debo a la biblioteca de mi madre. Todavía la tengo en la oficina, con sus cuatro estantes desvencijados. Ahí había de todo. La Odisea, los libros de la colección azul de La Nación, una hermosa biografía de Disraeli de André Maurois. Yo leía sin ton ni son, atropelladamente, ávidamente. Pienso que, más que un libro, me marcaron todos los libros.
M.R.F - Cuando no está investigando, en su tiempo de ocio, si es que lo tiene. ¿Qué lee Ricardo Lesser?
R.L - Le cuento qué tengo ahora sobre mi escritorio: el último libro de poesías de Juan Gelman, los cuentos de Haroldo Conti, Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y una historia de la mirada. También en mi ocio soy un desordenado.
R.L - Lo que soy, mal o bien, se lo debo a la biblioteca de mi madre. Todavía la tengo en la oficina, con sus cuatro estantes desvencijados. Ahí había de todo. La Odisea, los libros de la colección azul de La Nación, una hermosa biografía de Disraeli de André Maurois. Yo leía sin ton ni son, atropelladamente, ávidamente. Pienso que, más que un libro, me marcaron todos los libros.
M.R.F - Cuando no está investigando, en su tiempo de ocio, si es que lo tiene. ¿Qué lee Ricardo Lesser?
R.L - Le cuento qué tengo ahora sobre mi escritorio: el último libro de poesías de Juan Gelman, los cuentos de Haroldo Conti, Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y una historia de la mirada. También en mi ocio soy un desordenado.
Entrevista realizada por María Rodriguez Frascara a Ricardo Lesser (10-02-2011)
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